«Actualmente mi bebota tiene casi 8 meses. Su embarazo no fue fácil. Y no hablo físicamente. Hablo emocionalmente. En 2018, en nuestra luna de miel me quedé embarazada. Estábamos en una nube, todo era perfecto. Hasta que una mañana me levanté con dolor “de regla”, y manché un poco. Nos fuimos a urgencias, y las palabras de la ginecóloga, que jamás olvidaré, fueron: Fifty fifty, puede que lo pierdas, puede que no. No sabía qué pensar, cómo reaccionar… ese mismo día unas horas más tarde perdí a mi bebé.

Os juro que es lo más doloroso que he sentido nunca. Era un pequeño arandanito todavía, pero era mi bebé. Fueron unos meses muy duros los que siguieron a aquello… seguimos intentándolo pero bajo un aura de tristeza. Quizás no estábamos preparados, aún. El caso es que cada negativo era un mazazo, y una “excusa” para llorar mucho y muy fuerte. Aunque en el fondo yo sabía que no solo era por el negativo, sinó por nuestro bebé. Yo en ese momento no debería estar intentando quedarme embarazada, en ese momento debía tener ya una tripa enorme, y no era así.

Era como que no “se nos permitía” estar tristes. Me hubiera gustado encontrar a alguien que hubiera pasado por lo mismo y nos hubiera entendido, tuvimos que escuchar demasiadas veces aquello de “sois muy jóvenes, ya vendrá otro”. Y era ¿cómo, otro? ¿Si tu hijo se muere, te consolaría tener “otro”? La gente no lo ve como una pérdida en sí. Luego salió todo, y entiendo perfectamente porque no me quedaba embarazada. Estaba bloqueadísima.

Mi marido, en el momento en que perdimos a Bebé, se quedó bloqueado. Se centró en que yo estuviera bien, en que no me viniera abajo. Y él parecía poco afectado. Parecía, porque era todo lo contrario. El día en que rompió fue el día en que peor le he visto en mi vida. Piensa en él a diario, y todavía hoy cuando hablamos de él, se emociona y se pone un poco triste. Estamos aprendiendo a recordarlo con amor, pero es difícil. Tiene guardadas sus cositas, la prueba de embarazo y un chupete que le regalé cuando se lo conté. Muchas veces me lo recuerda y me habla de nuestro bebé. Por suerte lo vivimos muy parecido, y nos pudimos comprender y apoyar mútuamente. Nos unió más, y eso se lo agradecemos a nuestro bebito.

Un día, cuando menos lo esperábamos, cuando había dejado de pensar tanto en aquello… positivo. El positivo más raro que podía esperar. Fue una mezcla de sentimientos, no nos hizo ilusión. Y eso nos hacía sentir mal. Podía más el miedo en ese momento, ¿y si volvía a salir mal? Fueron 3 meses muy raros. A ratos estaba muy feliz, a ratos muy triste. Me sentía mal porque mi hija estaba conmigo, y todo iba bien. Pero lloraba mucho. Lloraba porque pensaba en mi primer bebé, en toda aquella experiencia.

Fueron pasando los meses, y recuperé la ilusión. Cuando empecé a sentir a Mia fue la conexión que necesitaba con aquel embarazo.»